El proceso terapéutico como forma de curación interna.

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¡Pues claro que va a ser difícil! Nadie dijo que sería fácil ; sencillo… sí, pero no fácil. Cada vez que nos exponemos a un proceso terapéutico nos exponernos frente a nosotros mismos. Todas nuestras confrontaciones dirigidas hacia fuera para mantener nuestra seguridad se van encarando hacia adentro. De la queja a la responsabilidad. Ese es el proceso. De señalar afuera a señalar adentro, pero no de la misma forma que hemos hecho toda la vida. Hacia fuera buscamos culpables, justificaciones. Buscamos encontrar la causa al suponer que el síntoma habla de una deficiencia, de una carencia, de una falta que debemos "cambiar" dentro. 

Vamos demasiado rápido a la hora de afirmar que el problema es “el problema”. Desde ese punto nada puede suceder ya que la connotación es verdaderamente negativa, castradora. Queremos “sanar” para deshacernos de aquello inmundo que nos impide “ser felices” queremos arrancarnos un pedazo que nos molesta y esconderlo en las sombras si no podemos hacerlo desaparecer.

La neurosis busca la paz, busca esta ansiada paz infantil donde todo “está bien” pero un bien que se sustenta en las bases neuróticas del concepto del bien y del mal. Desde esa “moral” todo acontece como cosas que queremos y cosas que no queremos.

Vamos al terapeuta para que nos ayude a erradicar aquellas cosas que no queremos en nuestra vida. 

Se que suena difícil de aceptar, pero aquellas cosas que no queremos de nosotros están ahí para ser nuestras maestras, horrorosas maestras de la integración, maestras de la aceptación y maestras de la transformación a través de la incorporación limpia de juicio.

El trabajo es aceptar la “realidad”. Una realidad marchita por las ideologías y juzgada por una neurosis que trata de ser dios en sí misma.
Es difícil ser niños para entrar en el reino de los cielos, es difícil soltar el control y esa parte “madura” que presupone que todo puede ser “educado”. El yo ideal se nos antoja la representación de lo que verdaderamente “tenemos” que ser, para ser amados. Un amar que no pasa de nosotros hacia el mundo, sino del mundo hacia nosotros. Que nos amen porque nosotros no podemos. 

Quizás sería interesante y verdaderamente productivo plantear el proceso terapéutico como una búsqueda de la enfermedad en lugar de un acallar los síntomas de la misma. Cierto que andamos a contracorriente, muchas veces buscamos en  la medicina la supresión del dolor, la ocultación de la enfermedad a través de la desaparición del síntoma. Cuando el síntoma desaparece se hace imposible seguir esa pista para que nos guíe hacia lo que verdaderamente no está resuelto.

Soy el primero al que le duele tener que escuchar incesantemente el síntoma de enfermedades casi incurables que me hablan de castraciones pasadas, de infancias terribles y de profundas carencias. Pero es esa misma visión la que me propulsa a compadecerme de este ser vengativo e indómito, o resentido, o catatónico que esconde un frágil bebé que no ha sido alimentado.

Hago culpable al mundo de mis carencias cuando mi propia necesidad neurótica de vengarme hace que, ahora, no esté en lo que debiera de estar, en alimentar esa carencia que en la infancia me marcó. Mantengo el sistema neurótico funcionando y sigo buscando a papi y a mami para que me den aquello que es mío. Mientras ese ser vengativo “yo” no se convierta en el padre y la madre que necesita ese pequeño e insignificante ser interno, hambriento y desnutrido, seguiré alimentando la neurosis que se creó como respuesta a algo que ya no está en mi vida.

La terapia nos propone hacernos adultos, una adultez que no justifica la vida sino que la acepta. Que trata de acogerse a sí mismo y cuidarse. Que bonito, cuidarse. Esa sería la clave del amor, el amor es cuidarse.

Aprender a cuidarnos, aprender a llevarnos, aprender a llevar la cruz neurótica y seguir al ser que nos propone, no sólo llevar una carga, sino una herramienta que nos pueda ayudar a desbrozar el largo o corto camino de la vida. Quizás, a lo largo de la vida podremos encontrarle significado a las perturbadores y mal entendidas palabras de Gurdjieff, que con la contundencia del que sabe la “verdad” sentenciaba. “Hacen falta dos cosas indispensables para el trabajo sobre uno mismo, sufrimiento voluntario y esfuerzo consciente”.

Y la felicidad y la autorealización aparecerán, no como algo buscado, sino algo que sucede, como una consecuencia, un fruto que ha nacido para quedarse, entre las luces y las sombras. Esa es la esencia de una buena terapia.